Él fue el segundo caballo de la Hípica Pegaso. Vi el anuncio por internet, estaba en el pueblo de Bartolomé de Pinares y su dueño lo tenía en la dehesa con un montón de yeguas y vacas. El día que fuimos a por él, su dueño no podía estar hasta más tarde y nos dijo que lo buscáramos mientras él llegaba. Dijo que era el único macho de la dehesa así que nos ves mirando las partes de todos los equinos que veíamos por allí. Fue una auténtica aventura encontrarle por lo que decidimos llamarle Ventura.
Era un animal noble como el que más. No dio problema de ningún tipo, ni desde el suelo ni montado. Obediente y fuerte. Cierto era que le perdía la hierba y se paraba bastante a comer si notaba que el jinete era inseguro y no le mandaba. Además que se paraba y allí se quedaba por mucho que tirasen de las riendas, el gordito no paraba de zampar. Tuve que crear un bozal con una red puesta en la cabezada para evitar tanta «comilonada» en las rutas, sobre todo para los niños y niñas que no tenían fuerzas para levantar su cabeza de la hierba.
Fue nuestro caballo de terapia desde el principio junto con Lucero. Su paso rítmico y tranquilo, su cuerpo ancho en el que se podía hacer la monta gemela (el terapeuta y el participante a la vez) y la seguridad de no asustarse de nada ni con nada hacían de Ventura el caballo ideal para nuestras terapias.
En las clases era un caballo fantástico para que empezaran el trote pues no botaba demasiado y lo hacía muy tranquilo, sin brusquedades en las transiciones. Y en el galope igual, era muy suave y daba pie a que los jinetes fueran bien sentados sobre él sin levantarse de la silla. Y cuando se le pedía galopar fuerte se podía picar con los otros caballos y corría bien rápido nuestro gordito. Como más disfrutábamos era montándole a pelo, sentir su calor y sus músculos moverse bajo nuestro cuerpo, era fabuloso.
En la manada era uno de los líderes junto con Chispón y Negrita, no era un caballo que fuera atacando a otros pues dejaba claro su liderazgo solo con echar sus orejas para atrás. Se llevaba bien con las peques, con Mágica y con Perlita. Cuando venía algún caballo nuevo solíamos dejarle con él pues su carácter tranquilo podía ayudar al nuevo a sentirse a gusto.
Ventura al año de estar con nosotros sufrió un cólico muy grave y le tuvimos que hospitalizar. Lo pasamos todos muy mal pero él sobre todo, como es lógico. Separado de su manada, encerrado en una cuadra y haciéndole cosas muy desagradables para él pero necesarias para que los veterinarios pudieran salvarle. Menuda piedra unida a pitas le sacaron del colon. Estuvo después de aquello muy reacio a los veterinarios y a darle cualquier medicación por la boca, pero con paciencia se salvó y volvió a estar activo como siempre.
Al cabo de 4 años le dio otro cólico pero en esa ocasión le pudimos pillar a tiempo y con una visita de la veterinaria se le pasó.
Aunque tenía posición de líder en la manada, a la hora de montar era un caballo complicado de llevar de primeras. Si sabía que por el camino que íbamos en la ruta había alguna zona complicada para él como podía ser el pueblo, se negaba a andar y costaba mucho que continuara de primero. Sin embargo por otras zonas iba sin problema. También dependía del día que tuviera, unas veces salía con ganas y otras tocaba pelear e incluso dejarlo por imposible y que se pusiera otro caballo de primeras, era un pelín cabezota nuestro amigo.
Me encantaba como Ventura confiaba en nosotros tanto como para que cuando estaba tumbado en el prado y nos acercábamos a él, no se movía, mantenía la cabeza levantada pero seguía adormilado. Podíamos tumbarnos y relajarnos sobre él sin problemas de que se moviera. Otro momento precioso era verle correr libre por el prado junto a la manada cuando le llamábamos para darles de comer pan o en invierno para darles el heno, o días de viento que se alteraban y corrían sin sentido dando cabriolas y coces al aire, alegrías de caballo.
El día de su muerte fue inesperado totalmente, no hubo forma de predecir qué podría ocurrir. Llevaba tiempo teniendo problemas de piel en verano. Comenzó con redondeles de pelo de color más oscuro por el cuerpo pero que no le picaba ni parecía afectarle. Luego siguieron las escamaciones por la cara y esas ya eran con picor pues le veíamos rascarse con los árboles. Le poníamos la máscara antimoscas para mitigar las molestias y le echaba una crema repelente y cicatrizante. En esta última ocasión ni la máscara ni la crema le ayudaban. Cada vez tenía más heridas, sobre todo cerca del hocico. Estaba desesperada de no poder aliviarle pero su comportamiento era normal, comía bien, se relacionaba y trabajaba como siempre. El fatídico día yo había ido a lavarle con jabón especial para dermatitis en caballos y echarle la crema dejándole sobre las 14 en un estado normal como el resto de días, a las 17 debía ir a coger caballos para una terapia y le vi tirado en el suelo del prado ya muerto y con su piel tiesa de llevar tiempo sin vida. La manada estaba alrededor suyo y sobre todo la potrilla Perla que le olía continuamente. Fue horrible. Sentía tanto dolor, impotencia y sobre todo culpabilidad ya que podía haber avisado al veterinario días antes al ver que lo de la piel iba a más. Le llamé ya muerto para que al menos me dijera qué podía haber causado la muerte de Ventura. No lograron saberlo con seguridad. Allí en el campo no se puede hacer una autopsia así que solo pudieron ir descartando cosas y decir que lo que pudo pasarle era alguna infección en la sangre, quizá por comer alguna planta toxica que podía estar entre el pasto. Descartaron que fuera consecuencia del problema de piel, un misterio sin resolver.
Si ya fue durísimo su muerte más fue el proceso para que se llevaran su cuerpo. Con Lucero le enterré en la finca pero las normativas veterinarias de ese momento no me lo permitían y debía llevárselo un camión de recogida de cadáveres. Yo les llamé para que se llevaran a Ventura pero al ser viernes a última hora de la tarde ya no trabajaban hasta el lunes. Tener a Ventura muerto tapado con un plástico en la finca pensando que los zorros lo comerían fue horrible, y asqueroso pues con el calor y las moscas olía allí a podrido total y verlo, aunque tapado, día tras día fue espantoso.
Hubo mucha gente que al enterarse me dijeron lo tristes que estaban pues era un caballo que querían mucho y que le iban a recordar siempre. Me iban contando las experiencias que habían vivido con este gran caballo y lo que les había aportado.
La primera fue la madre de David, un chaval con autismo que hacía terapia con Ventura desde hace 3 años y con él ha aprendido a llevar al caballo solo dándole él las ordenes sin nadie del ramal llevándole. Personas que recuerdan su carácter calmado como algo que les aportó seguridad para poder montar a caballo pues tenían muchísimo miedo.
O niñas que aprendieron a galopar con él como mi hija Clara en aquel día que íbamos ella y yo de ruta con el objetivo de que ella empezara a galopar. Íbamos trotando por la cañada por una zona lateral del camino cuando veo que Ventura eligió meterse por una finca que estaba abierta y comenzó a galopar sin que mi hija le controlara hasta que ella acabó cayéndose. Ventura se quedó a su lado como pidiéndola perdón hasta que llegué yo. Tras volver a montar en días posteriores y ya por otra zona con menos espacio abierto Clara pudo pedir a Ventura galope de una forma controlada y así lo hizo él. Ya no volvió a actuar por libre nunca más. Los caballos también pueden aprender de sus errores y ver que no son castigados le motiva a lograr el cambio.
Ventura, siempre permanecerás en nuestros corazones. 21/05/2022
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