En mi primera manada de caballos en Pirineos había un caballo negro, más bien pony alto pero realmente fuerte y muy nervioso, decidí llamarle “Conan”. Cuando le monté por primera vez no paraba quieto y era complicado que superara miedos a determinadas cosas.

Por ejemplo, no era capaz de pasar por zonas de carretera con líneas blancas pintadas, o los pasos de cebra, siempre pegaba el salto o se frenaba en seco y se daba la vuelta. Yo probé a ponerle comida en la línea blanca y pasearle del ramal hasta allí, que lo relacionara con algo bueno. Y sí que funcionó pero solo en parte, se acercaba, comía y se volvía a ir. Si le ponía la comida más lejos de la línea blanca él prefería no comer que superar el miedo.

Pensé en montarle y pedirle que pasara conmigo encima. Me subí y cuando nos acercamos a la línea él se paró y no andaba, yo con calma y hablándole le volvía a pedir que anduviera, el caballo tras mi insistencia pacifica caminó, pero marcha atrás. Le pedí que parase y lo hizo. Le di tiempo y le volví a pedir que caminara hacia la línea cosa que hizo para volverse a parar en seco. Repetimos ese baile un montón de veces, para atrás, para adelante, para atrás y para adelante. Yo seguía manteniendo la calma y hablándole con seguridad, le pedía caminar solo con mi cuerpo y la voz. Finalmente “Conan” bajó su cabeza para oler la línea y pasó tranquilamente. Fue increíble, pasó y suspiró, su cuerpo no iba tenso, llevaba su cuello estirado y con movimientos fluidos. Yo le abracé y le expresé el orgullo que sentía por que hubiera pasado.

Aquello fue el primer paso que realizamos juntos, ya nunca más dudó de pasar por las líneas blancas, ya fueran pequeñas o grandes, él aprendió que si confiaba en mi no le iba a llevar por sitio donde pudiera sufrir. Así él comenzó a considerarme como un líder de su manada, que les protege y les ayuda. Y yo empecé a comprobar que me sentía muy bien en ese papel de líder protectora por lo que decidí que seguiría ese trabajo el resto de mi vida, me marqué la meta de que cualquier caballo que pasara por mi vida intentaría enseñarle a confiar en mi y a trabajar de la mejor manera con entrega y seguridad total hacia los humanos con los que viviría.

En las rutas que realizaba en mi primera Hípica en Pirineos yo siempre llevaba a Conan de guía pues habíamos llegado a compenetrarnos tanto que solo con mi pensamiento él ya me entendía y sabía lo que le pedía. Era increíble su cambio, notaba que confiaba en mi totalmente y yo dejé de dudar de él y comencé a valorarle mucho más. Ambos aprendimos y trabajamos juntos de la mejor manera que se puede, con amor y respeto.

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