Le conocí cuando trasladamos los caballos de la Hípica de Navahondilla a Santa María del Tiétar. Él era uno de los 4 caballos que tenía el dueño de la finca que arrendamos y que nos dejó para que les trabajáramos y les cuidáramos.
Orión tenía entonces unos 8 años y según nos dijo el dueño siempre fue un caballo rebelde que no se dejaba domar, le habían llevado a varias personas pero no se hacían con él.
Yo comencé simplemente intentando que me aceptara pie a tierra para acariciarle y tocarle por todos lados de su cuerpo. Siempre estaba en alerta y moviéndose inquieto mientras estábamos junto a él, era como si estuviera esperando le pegase alguien, nos miraba con temor por lo que nos imaginamos cuales fueron los tratos de los anteriores domadores. Con mucha paciencia y sin prisas íbamos avanzando en cosas que hacíamos con él. Primero ponerle la cabezada de cuadra y salir de paseo con él para pastar y que nos relacionase con algo bueno, luego le ponía la silla y volvía a salir con él a pastar. Cuando en eso ya veía que no se ponía tenso y que cada vez me iba aceptando más empecé a hacer un trabajo de riendas largas. Le enseñé a girar, a parar y a caminar todo desde la tranquilidad. Intentaba usar mucho la voz calmada y movimientos sin brusquedad para evitar todo posible susto del caballo hacia lo que estábamos trabajando. Nos costó pero lo conseguimos. Pude salir con él por los caminos detrás de otros caballos para que fuera asimilando el salir de rutas a trabajar y no solo a pastar.
Tras un tiempo de afianzar lo aprendido tocó probar a subirme en él. Lo hice muy poco a poco y observando las reacciones de Orión. Si estando subida se quedaba quieto, me bajaba enseguida para que asimilara que esa tranquilidad era la que le pedía. Parecía entenderlo muy bien pues en unas cuantas veces que lo repetí ya me quedé encima de él durante más tiempo sin ningún problema. Probamos a pedirle caminar conmigo encima y lo hizo sin ninguna reacción mala. Veía que cada vez iba relajándose más e incluso estirando su cuello para caminar tranquilo.
Cada día volvía a montar y le pedía algo más; caminar, parar, giros, subidas y bajadas por la cuesta de la finca. Todo iba fenomenal. El sistema de trabajo sin hierro en su boca era fantástico para él y así nos lo mostraba, entregado a lo que le pidiese. Llegamos a salir de ruta y fue más tenso pero haciendo caso a todo. Con el tiempo y la rutina de trabajo se fue acostumbrando y ya le pedíamos hasta trotar. En los galopes seguía corriendo muy alocado pero luego entendía cuando le queríamos parar y lo hacía.
Era uno más de la manada de caballos para rutas cuando pasó algo muy inesperado. El dueño de un día para otro me dijo que el caballo ya no estaría en la finca pues lo había vendido. Me quedé helada. Después de todo mi trabajo de confianza y respeto desaparece de nuestra vida sin haberme podido decir si yo quería comprarlo antes que dárselo a nadie. Fue muy duro pero tuve que aceptarlo.
Al cabo de un año me llamó el señor que lo había comprado diciéndome si yo lo quería comprar pues él ya no lo quería porque no se dejaba montar y daba coces cada vez que se arrimaba. Cuando le fuimos a ver estaba en los huesos, yo casi no le reconocía. Estaba en el fondo de una cuadra llena de estiércol y casi no se atrevía a salir. Yo le llamé y le animé a salir, parecía que se acordaba de mi voz pues me empezó a seguir. Yo le pude acariciar y ver una cicatriz que tenía bajo el flequillo por lo que comprobé que sí era Orión, ese animal de solo pellejos y huesos, era mi gordito. Su mirada perdida en el miedo atroz me pedía a gritos le sacara de allí. El señor que lo tenía me contó que como no había forma de hacerse con él había probado a dejarle sin comer para que tuviera menos energía y así poder montarle. Increíble. Yo tuve que aguantar las ganas de llorar y la rabia de no poder decirle unas cuantas cosas a aquel señor horrible. Solo quería recuperar a Orión y que no volviera a salir de nuestra hípica. Le pudimos sacar de allí gracias a un cliente de la hípica que estaba buscando caballo para él y decidió ayudar a este pobre caballo maltratado.
Este cliente estuvo con Orión durante dos años pero no llegaron a congeniar del todo. Orión siempre se ponía muy salvaje a la hora de galopar y a pesar de que al dueño le gustaba correr llegó un momento que se descontroló y ya le daba miedo montarle. Yo también le montaba pero a mí me respondía bien, incluso paraba a la voz sin esfuerzo ninguno. Algo había en aquel hombre que Orión no era capaz de aceptarlo con confianza. Al final este señor prefirió regalarnos a Orión y comprarse él otro caballo.
Orión siguió trabajando con las actividades cada vez mejor, le llevaba yo casi siempre para volver a ganar posible confianza perdida y al final vi que podía montarle otras personas pues estaba muy calmado. Hasta los niños y niñas de 5 años podían montarle y Orión se comportaba como un ser delicado y atento a cualquier orden que le dieran.
En la hípica venía una niña de 14 años para dar clase y siempre pedía montar en Orión, le encantaba así que se lo ofrecí para que fuera su caballo y lo tuviera en nuestra hípica en pupilaje. Así lo hicieron sus padres. Actualmente, Isabel disfruta mucho con su caballo y en los galopes cada vez va consiguiendo que Orión corra menos alocado y con confianza. Está aprendiendo a ir de primeras con él y a superar zonas donde el caballo tiene miedo a pasar y ha de convencerle de buenas formas. También han de aprender juntos a realizar ejercicios de pista donde se pide al caballo realice movimientos de flexibilidad a lo que no está muy acostumbrado. Poco a poco lo irán logrando si hay amor entre ellos, y se ve que lo hay.
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