Fue el primer caballo que compré para la Hípica Pegaso, me lo vendió un tratante de Sotillo diciéndome que era un animal ya domado y muy dócil. Cuando le fui a ver todo lleno de pequitas por todo su cuerpo me recordó al caballo de Pipi. Como fue en verano le brillaba mucho el cuerpo como las estrellas y decidí llamarle Lucero.
Lo primero que observé en él era que tenía varios comportamientos de miedo por cómo le hubieran tratado sus anteriores dueños. Se asustaba en cuanto levantabas la mano incluso para quitarte moscas. Y cuando le dejábamos atado con la cabezada de cuadra enseguida pegaba tirón para atrás y con el peso de su cuerpo terminaba siempre rompiendo la cabezada o la cuerda para soltarse. Tuve que hacer durante bastante tiempo ejercicios de confianza para que se fuera acostumbrando y viera que con nosotros no iba a sufrir ningún daño. Me lo llevaba del ramal a pastar mientras que yo iba haciendo todo tipo de gestos con mis manos y brazos para que se fuera acostumbrando, siempre de poco a más. Y para atarle hacía lo mismo, lo ataba y le daba de comer para que asimilara estar atado a algo bueno y que no tuviera que huir. Con cariño y con paciencia fue asimilándolo y cambiando su actitud.
Sin embargo montado era una delicia, desde el primer día entendía las órdenes sin hierro en su boca y obedecía perfectamente. Le montaba a pelo para cambiarle de fincas y era una delicia galopar con él, era muy veloz pero enseguida notaba cuando te desequilibrabas montada y reducía el paso. Fue el caballo preferido de mi hijo Vicente pues aunque otros caballos en ruta galopasen por delante si Vicente no quería galopar Lucero obedecía sin problema.
Un caballo súper sensible y colaborador para ayudar al jinete. En una ocasión iba montado un chaval de 12 años que daba clases, el trote de Lucero era complicado ir sentado pues botaba mucho pero el galope era muy cómodo, le pedí al chico que intentara galopar y al hacerlo Lucero notó como el niño se desequilibraba y se podía caer por lo que cambio el galope en el aire para lograr que su jinete se recolocara y se volviera a sentar en la silla. Fue increíble.
Como era tan receptivo a sentir las emociones del jinete yo le llevaba de ruta siempre con las personas que más miedo tenían pues sabía con total seguridad que iba a ayudarles. Sabía que Lucero no se pondría a correr si sentía que su jinete no quería y por el contrario si sentía la energía del jinete para correr lo hacía sin tener casi ni que pedírselo.
Fue el primer caballo que trabajó como coterapeuta en las sesiones de equinoterapia. Su primer participante fue Stefan un chaval de 22 años con autismo. Al principio no se atrevía a montar y estuvo haciendo ejercicios con Lucero llevándole del ramal. Al tiempo como veía que era un caballo tan tranquilo probó a montar en él pero tenía que ir yo montada con él pues solo no se atrevía. Lucero era un caballo fuerte y pudo con los dos montados perfectamente, pero en un par de sesiones ya se atrevió Stefan a ir solo.
En las terapias le usaba con silla pues al ser mayor se le iba ya notando la columna y se clavaba bastante a pelo o incluso con manta. No le asustaban los gritos de los chicos con discapacidad ni los juegos que hacemos con ellos en las terapias. Siempre tranquilo y siguiendo a la persona que iba llevándole del ramal.
En la manada era un caballo tranquilo que no se metía en líos, prefería quedarse un tanto al margen para evitar que le echasen, pero a la vez le gustaba están con todos. Cuando llevaba caballos en reata, atados unos a otros, a Lucero le dejaba suelto pues se ponía en fila él solo y seguía a los demás, se paraba a comer y luego iba a trote para alcanzarlos.
En ruta siempre le ponía el último pues si iba algún otro caballo muy pegado a él por detrás le agobiaba y en ocasiones soltaba la coz muy rápido. No era un caballo muy comilón y dependiendo del jinete no solía pararse en ruta, aunque si el de adelante se paraba él rápido aprovechaba a dar algún bocado.
El momento de mayor dolor con Lucero fue su cólico. Coincidió que fuimos a dormir a la finca donde estaban los caballos pastando. Colocamos los sacos y nos íbamos a poner a cenar cuando vimos los caballos acercarse pero había uno tumbado totalmente y sin moverse. Me acerqué y le vi, todo sudado y con una cara de dolor increíble. Le hicimos se levantara inmediatamente y enseguida a moverle hasta que llegó la veterinaria. Le realizó todo lo que se suele hacer en los cólicos y solo quedaba esperar. Lo llevé a la hípica pues había que ponerle suero por vía ya que estaba muy deshidratado. El día siguiente fue duro pues Lucero tenía su mirada muy apagada pero seguía luchando. La siguiente noche ya le dejamos moverse y parecía estar mejor, hacía intentos de comer heno pero aún no había hecho ninguna caca.
A la mañana le vimos otra vez tumbado y volvimos a llamar a la veterinaria que le puso otra vez suero y medicina. Volvió a mejorar y querer moverse para comer pasto. Le vimos hacer una pequeña caca y creímos podía ya estar sin cólico. Se movía normal y comía algo pero enseguida se paraba y permanecía de pie y quieto. Al tercer día vimos que su mirada seguía como perdida y no quería moverse nada ni comer ni beber.
Ya no podía más, su cuerpo le pedía descansar. Yo ya vi que no podía hacer nada por él, su cuerpo no superaba el cólico y debía irse. Decidí llamar a la veterinaria para que le durmiera definitivamente pero Lucero se me adelantó. Fue horrible. Yo estaba preparando los caballos para una ruta con niños y vi que Lucero se iba andando torpemente hacía fuera de la hípica. Le quise ir a coger pues se salió y allí en la entrada se desplomó. Empezó a convulsionar y al segundo se puso rígido y se fue. Tuvimos que tirar de él atando unas cuerdas a la furgoneta para sacarle de la entrada y meterlo en la hípica para taparlo y que los niños no lo vieran. Como pude hice la ruta aunque el dolor me llenaba por dentro. Después toco llamar a la excavadora que nos hiciera un agujero y poder enterrar a nuestro querido Lucero. El día más duro que hemos vivido en Pegaso pero ya podíamos dejar de verle sufrir.
Cada día de su cólico pensaba si no debería dormirle y que no sufriera más, pero luego le veía mejorar un poquito y rechazaba la idea de que muriera. Le preguntaba a Lucero y veía su mirada dolorida pero era incapaz de decidir acabar con su vida y me volvían los pensamientos de que a lo mejor se curaba. Quizá si hubiera aceptado que él necesitaba irse a descansar podría haber evitado esos días de dolor para todos. Ya nada se puede hacer para volver atrás, solo nos queda seguir manteniendo vivo a Lucero en nuestros recuerdos y en nuestros corazones.
Te querremos siempre LUCERO. 18/08/2021
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